Esta es para mí la palabra que define una semana en Vasto, a pesar de que prácticamente no la oí mencionar en italiano.
Gioia di sapere
gioia di lavoro
gioia della condivisione
gioia di ascolto
gioia per gli occhi
gioia di sentirsi
gioia di ricevere
gioia di vivere…
Gioia.
No es fácil saber dónde se halla la alegría, tal vez lo mejor sea dejar que ella nos busque, aunque facilitándole siempre el encuentro. En Vasto lo ha conseguido. Nos buscó y nos encontró por todos lados: en los diferentes lugares y en el personal de la Fondazione Padre Alberto Mileno, en la sonrisa de una ilustre y dulce profesora universitaria que olvidaba que lo era, en la mirada de una poeta tranquila que ya no se recordaba, en una terraza comiendo helado, en un curso de italiano para principiantes y en sus pacientes profesores-traductores, en alguna reserva natural como Punta Aderci o Punta Penna, oyendo un emocionado tanti auguri a te, ante la estatua de Rossetti o la catedral de san Giuseppe, contemplando un trabocco, saltando de la mano de una risueña coordinadora en moto, oliendo la hierba de los jardines del Palazzo d’Avalos, buscando sueños en una librería de ensueño, mirando una medusa en la arena con los pies mojados, hablando y riendo con los pujantes tirocinanti, preparando una clase de cultura española con los insegnanti o impartiendo esa clase a estudiantes italianos, yendo en coche de acá para allá o paseando de allá para acá, aprendiendo sobre el sistema educativo italiano, saboreando un cornetto acompañado de una spremuta y un capuccino ante el mar o un cuadro de The Beatles, asombrándonos ante un renacentista skyline desde la playa o ante una playa desde el mirador del cielo, charlando del mundo del circo mientras se espanta a un tábano, riendo como niños mientras se entretiene al conductor de un microbús desde dentro y fuera del mismo hasta ver llegar la figura de un amigo rezagado, caminando por los pasillos y estancias de un instituto artístico-linguístico-psicopedagógico con sus profesores, brindando en una trattoria o cenando en un restaurante que flota entre el mar y la luna.
En fin, tal vez sea difícil saber dónde está la alegría, o tal vez pueda encontrarse en un sitio tan simple como los refrescantes gajos de una o dos mandarinas, quién sabe.
Grazie per la vostra gioia Vasto.
Vicente A. López